Editorial
Autores Authors Santiago de Molina.
De constelaciones, círculos y otras formas de reunión.
Cuenta una antigua leyenda japonesa que una princesa excepcionalmente hermosa llamada Orihime, hija del rey de las estrellas, se dedicaba de sol a sol a bordar maravillosos tejidos a la orilla del río Amanogawa. Tal era su dedicación, que no tenía tiempo para conocer a nadie. El rey, preocupado por la enfermiza obsesión de su hija por el trabajo, concertó un encuentro entre ella e Hikoboshi, un apuesto pastor encargado de cuidar las estrellas del rey, con la esperanza de que sirviera de distracción a su hija. Al conocerse, ambos se enamoraron de inmediato y poco después contrajeron matrimonio. Sin embargo, tras la boda, Orihime se despreocupó de su trabajo e Hikoboshi hizo lo mismo con el rebaño de estrellas. De ese modo, todas se desperdigaron por el firmamento. El rey, furioso, los separó dejándolos a cada orilla del río Amanogawa. Desolada por la separación de su esposo, Orihime imploró a su padre que le permitiera verle de nuevo. El rey, conmovido por las lágrimas de su hija permitió que los amantes se pudiesen encontrar gracias a un puente que se levantaba entre ambos lados del río, pero solo una vez al año, el séptimo día del séptimo mes lunar. Orihime es la estrella Vega, Hikoboshi es Altair y el rio Amanogawa es la Vía Láctea, que en esas fechas pierde brillo y parece diluirse, como un puente, entre ambas.
En esas fechas, en Japón se celebra el festival de Tanabata para conmemorar el encuentro de los dos amantes después de un largo año de espera. En occidente, otras mitologías nos han ofrecido historias de constelaciones dignas de ser recordadas. Historias de Tauro, Aries, Sagitario… Algunas provenientes de Mesopotamia, otras de la antigua Grecia. Pero las constelaciones, antes que hermosas historias, son historias memorables. Necesariamente memorables. De ello dependía el poder de orientación de esas civilizaciones. Junto a ese propósito utilitarista latía un ansia de unidad entre cosas disímiles. He ahí su importancia histórica en todas las culturas. Trenzar lazos invisibles entre puntos en el firmamento ha sido, por tanto, una acción primordial desde el punto de vista del pensamiento y de la navegación. Hoy, su sentido y necesidad se han diluido. Pero, tal vez, no el poder de la misma acción de coser lo intangible. De hecho, aún nutre lo más profundo de la filosofía y otras disciplinas.
Cualquiera que consulte el renombrado Diccionario histórico de la filosofía podrá comprobar que la entrada dedicada al término ‘constelaciones’ resulta de lo más ambigua y sugerente. Por un lado, se plantean las constelaciones como una acción transitiva consistente en el acto de agrupar; sean factores, personas o acontecimientos. El término especializado ‘constelación’ posee un significado aún más restringido en la astronomía y astrología contemporánea, pero también en psicología. En las ciencias de los astros este concepto conserva, en primera instancia, su sentido original como grupo de estrellas fijas que por su vecindad guardan una sutil interrelación espacial. En segundo lugar, se refiere a la posición de los planetas entre si y de éstos en relación a determinadas estrellas fijas en un momento dado. Lo cual es equivalente a decir que trata de establecer relaciones entre la posición del ser humano y el universo. Mientras, en psicología, el término designa un especial entrelazamiento de contenidos psíquicos conscientes e inconscientes. Aparentemente nadie más se ocupa de la ciencia de las constelaciones. Y no es insustancial que esto sea así. ¿Quién habría de ocuparse de las conexiones secretas entre las cosas, sino las disciplinas de lo intangible?
Aparentemente la arquitectura, como arte de lo concreto, poco tendría que ver con esos vínculos imaginarios. Sin embargo, una observación de Adorno cuando habla del milagro que suponen las constelaciones en el ámbito de la astronomía desde el punto de vista de las ideas resulta clave. En realidad, el hecho de que a pesar del movimiento de la tierra, el ser humano sea capaz de leer como estables las relaciones entre planetas y estrellas, dota a estas relaciones intangibles de una solidez basada en lo invisible muy digna de consideración también para otros campos. ¿No es acaso la cultura una sucesión de constelaciones de ideas o conceptos en movimiento sin un centro y un origen nítido? ¿Acaso no es un hombre sabio alguien capaz de leer constelaciones en la sucesión sin sentido de acontecimientos diarios, con la perspectiva que permite ver en ellos algo trascendente? Y en última instancia y en relación a la arquitectura, ¿no son las ciudades constelaciones de edificios y personas? ¿No son más valiosas que la arquitectura las relaciones que es capaz de establecer con su entorno, con la cultura o con otras piezas edificadas?
En ese punto se sitúa la raíz de una revista que plantea como fundamento de su quehacer el explorar esas costuras invisibles. De ahí que en esta revista, Constelaciones, ya en su sexto número, haya pervivido el esfuerzo para tejer con hilos intangibles los diferentes y heterogéneos materiales, personajes e ideas que conforman el panorama de la cultura arquitectónica contemporánea. Como puede suponerse, ‘método constelaciones’ no es sólo una idea de la filosofía procedente de Adorno, teorizada por Henrich y desarrollada por Mulsow y basada en el estudio de la concurrencia de autores en un espacio acotado de pensamiento común. También es un método aplicable a la comprensión del mundo y en especial, creemos, a lo que actualmente sucede en la arquitectura.
Por eso, brindar un espacio a la confluencia de temas, brindar un espacio donde el acto de la mera conjunción sea posible, es crear una especial astronomía de ideas en torno a la arquitectura y el urbanismo. Hay que señalar que profesar respeto por este sistema de agrupación, difiere del gusto matemático de encerrar en círculos los temas y de agruparlos con membranas impermeables. Una constelación no es un círculo ni un conjunto estanco, sino que se trata, más bien, de un tipo especial de vínculos más cercano al de los campos magnéticos y al de las afinidades simbióticas entre seres vivos. En este sentido, las relaciones temáticas que aparecen y han aparecido sucesivamente en los escritos de estos seis números dan fe de los vertiginosos saltos de contenidos entre sus artículos, tanto como de los poderosos lazos entre ellos. Es posible detectar en ellos esas líneas de tensión y de fuerza entre sus aristas y formas. Las constelaciones tejen redes y esas redes son densas y profundas, porque gracias a ellas somos capaces de entendernos a nosotros mismos. Seguramente resulten más valiosas, pues, las conexiones entre las ideas que han aparecido en esta publicación que las ideas mismas de los artículos, sin que ello signifique un demérito para cada una de las valiosas aportaciones recibidas. Entre ellas saltan chispas que iluminan más aún que la brillante luz propia de los textos entendidos de manera individual.
Esta idea de constelaciones sigue emparentada, no es mala cosa volver a recordarlo, con una visión de la arquitectura como Zodiaco, presentada hace tiempo por el arquitecto Juan Navarro Baldeweg, por Miró y su serie nombrada con este mismo término y con Aby Warburg y su Atlas Mnemosyne. Sin embargo y a diferencia de esas ideas como sucesión de círculos temáticos, capaces de servir de marco teórico o de familia de formas a sus respectivos mundos de intereses, los diferentes textos que han ido agrupándose en los números de esta revista pueden ser consideradas vasos comunicantes y tuberías que conectan unos escritos con otros. Ahora, incluso se hace evidente para nosotros que es posible leer en los seis números lanzados desde el año 2013 constelaciones dentro de constelaciones. Las líneas trazadas entre los textos saltan ahora más allá y cosen los números. Es posible ver constelaciones que se vinculan a otras, para nosotros de una manera nítida y hermosa: el número uno con el cuatro y el cinco; el tres con el actual seis…
De este modo vemos crecer la revista que el lector tiene entre manos. No aumenta en número de artículos recibidos, tampoco por los crecientes índices de impacto que alcanza en cada número, ni por las universidades de los cinco continentes en las que es acogida, sino por las uniones de personas e ideas que empiezan a articularse en espacios cada vez mayores y más amplios. Esta especie de Almagesto arquitectónico, como el inventado por Ptolomeo y que contenía una colección de 1022 estrellas agrupadas en 48 constelaciones, aspira a concretarse en el futuro en un planisferio desde el que poder guiarse en el incierto panorama de la arquitectura actual.
Miramos las obras y los proyectos de arquitectura cada día con la misma incertidumbre que los antiguos griegos el cielo. Tratamos de entender sus motivos y sus movimientos. Hoy, nos gustaría señalar que con esas líneas de conexión imaginarias no se trató nunca de parcelar el firmamento, sino más bien al contrario, servir de guía a los navegantes que surcaban mares inciertos. No en vano, el mismo término ‘constelación’ procede del latín ‘com’ (reunión) y ‘stelar’ (brillante). Una revista que aspira a ser una ‘reunión brillante’, un conjunto luminoso, es en fin, una ambición irrenunciable.
Santiago de Molina
About Constellations, Circles and other Forms of Meeting.
An ancient Japanese legend tells that an exceptionally beautiful princess named Orihime, the king of the stars’ daughter, was dedicated from sun to sun to embroider wonderful fabrics close to the Amanogawa river side. She did not have time to meet anyone because of her commitment with the labor. Worried about his daughter’s sick obsession with work, the king arranged a meeting between her and Hikoboshi, a handsome shepherd in charge of caring the king’s stars, hoping he would serve as a distraction for his daughter. When they met, they both fell in love and soon they got married. However, after the wedding, Orihime became unconcerned about her work and Hikoboshi did the same with the flock of stars. Therefore, the stars scattered through the sky. The king, furious, put them apart, each one at a different bank of the Amanogawa River. Desolated by the separation of her husband, Orihime implored her father to see him again. The king, moved by the tears of his daughter, allowed the lovers to meet thanks to a bridge that rose between both sides of the river, but only once a year, the seventh day of the seventh lunar month. Orihime is the star Vega, Hikoboshi is Altair and the river Amanogawa is the Milky Way, which at that time loses brightness and seems to be diluted, like the bridge, between the two lovers.
On those dates in Japan, the festival of Tanabata is celebrated to commemorate the meeting of the princess and the shepherd immediately after a long year of waiting. In the West, other mythologies have offered us stories of constellations worthy of being remembered. Some of them are stories about Taurus, Aries, Sagittarius… Some other came from Mesopotamia or from ancient Greece. The constellations, rather than beautiful stories, are memorable stories. Memorable stories out of necessity. Because the power of orientation of those people lays on them. And above that, because a constellation is a symbol of unity.
In all cultures it’s been important. Braiding invisible links between points in the sky has been, therefore, a primordial action from the point of view of thought and navigation. Today, constellation as a symbol has faded, but, perhaps, not its power of sewing intangible stuff. In fact, it still nourishes the deepest of philosophy. In the renowned Historical Dictionary of Philosophy the entry dedicated to the term ‘constellation’ is ambiguous and suggestive. Constellations are considered more than simple names. They are transitive actions. The constellation’s objective is to group factors, people or events. The specialized term ‘constellation’ has a more restricted meaning in contemporary astronomy, astrology, and also in psychology. First of all, in astronomy this concept preserves the original meaning as a group of fixed stars that, due to their proximity, keep a subtle spatial interrelation. Secondly, it refers to the position of the planets among themselves and of these in relation to certain fixed stars at a given moment. Which is equivalent to say that a constellation tries to establish relationships between the position of the human being and the universe. In psychology, the term constellation designates a special intertwining of conscious and unconscious psychic contents. Apparently, nobody else deals with the science of constellations at all. And it is important. Who would waste any effort in the invisible connections between things?
Architecture, as an art which deals with specific things, has little to do with these imaginary links. However, an observation by Adorno about astronomy brings us the key. Is not culture a succession of constellations of ideas or concepts in motion without a clear center and origin? Is not a wise man someone capable of reading constellations in the meaningless succession of daily events, looking for something transcendent? And finally, and closer to architecture, are not cities mere constellations of buildings and people? Is not architecture valuable because it is able to link different environments, pieces of culture and buildings? That is the aim of a magazine that roots its basis on invisible seams. Hence, within this sixth issue of Constellations magazine, intangible threads could be found attaching different and heterogeneous materials, characters and ideas that make up the panorama of contemporary architectural culture. As we all can see ‘constellations method’ is not just an idea of philosophy coming from Adorno, theorized by Henrich and developed by Mulsow. The constellation method is based on the study of the concurrence of authors in a space limited by a common thought. It is also a useful method to understand the world and, especially, what is currently happening in architecture.
Therefore, Constellations magazine provides a space where the act of mere conjunction is possible. So it is like an architecture and urbanism astronomy mechanism. It should be noted that this system of grouping is different from the mathematical taste of circling subjects and grouping them with opaque membranes. A constellation is not a sealed circle, but a kind of magnetic field or a kind of living form symbiotic mechanism. In this sense, the thematic relationships that have appeared in these six numbers of Constellations attest the vertiginous links of content between the articles, as well as the powerful ties between them. Constellations weave networks and those networks are dense and deep. Thanks to them we are able to understand ourselves. We all would like to think that the connections between the ideas inside Constellations magazine are, at least, so valuable than ideas themselves. A Constellation illuminates even more than the individual bright light of each text. This idea of constellation, good to remember, is related to a Zodiac as the architect Juan Navarro Baldeweg and the painter Joan Miró did a long time ago. And also is related to Aby Warburg’s Atlas Mnemosyne. However, the succession of thematic circles are capable of serving as a theoretical framework. So the different texts that have been grouped in every Constellation issue can be considered communicating vessels and pipes that connect different writings. For now this possibility is clear for all us. The invisible lines drawn between the texts now jump further and sew all the issues of Constellations. Now it’s even possible to see how the first number of Constellations is attached with the fourth and the fifth issue. And also, how the third one is linked with the current sixth issue…
The magazine that the reader has in hand is valuable, of course due to the number of articles received, of course due to the increasing impact rates reached in each number, and by the five continents universities in which it is hosted, but mostly because of the increasing group of people and ideas that are articulated in larger and wider linked circles. This kind of architectural Almagest, like the one invented by Ptolemy and containing a collection of 1022 stars, grouped in 48 constellations, aspires to be a useful map to face the uncertain landscape of architecture.
We all look at the current architectural panorama with the same uncertainty as the ancient Greeks looked at the sky. We all try to understand the secret paths of our discipline. Today, we would like to point out that with these imaginary connection lines we don’t want to divide the firmament, but rather serve as a guide for navigators who sailed dangerous seas. Not in vain, the same term ‘constellation’ comes from the Latin ‘com’ (meeting) and ‘stelar’ (bright). A magazine that aspires to be a ‘brilliant meeting’, a luminous group, is looking forward to the future.
Publicado Published Nº. 6, 2018, págs. 11-14